En la década pasada, el laboratorio de ADN de la Jefatura de Medicina Forense de la ciudad de Nueva York brilló como pionero en el análisis de las más complicadas evidencias halladas en escenas del crimen. El organismo desarrolló dos técnicas que superaban las prácticas estándares del FBI y otros laboratorios oficiales para hacer identificaciones de muestras de ADN muy reducidas o que tenían una mezcla de material genético de más de una persona.
Al difundirse su reputación, el laboratorio pasó a procesar muestras de ADN proporcionadas no solo por la Policía de Nueva York, sino de alrededor de 50 jurisdicciones que podían ser tan distantes como Bozeman, en el estado de Montana, y Floresville, en Texas, que le pagaban 1.100 dólares por muestra.
Ahora estos métodos de análisis de ADN están bajo el microscopio debido a científicos que cuestionan su validez. En un testimonio judicial, una ex funcionaria del laboratorio dijo que la habían despedido por criticar un método y un ex integrante de la Comisión de Ciencia Forense del estado de Nueva York dijo que se había equivocado al aprobar el uso de ambos sistemas. El primer testigo experto autorizado por un juez a examinar el código fuente que sirve a una de las técnicas dedujo hace poco que su exactitud “debe ser seriamente puesta en duda”.
Este mismo año, el laboratorio archivó los dos métodos y los reemplazó con tecnología más nueva y utilizada más ampliamente.
Una coalición de abogados defensores está solicitando que la Inspección General del estado de Nueva York —el organismo designado para monitorear los laboratorios criminalísticos del estado— abra una investi- gación sobre el uso en miles de casos criminales de los métodos de análisis cuestionados. Si bien la Inspección General no tiene jurisdicción sobre el sistema judicial, todo hallazgo de defectos en los análisis de ADN puede provocar una avalancha de litigios. Si llega a demostrarse que las pruebas erróneas han establecido una diferencia en el resultado podrían reverse condenas previas. Dirigiéndose a la Inspección General, la Sociedad de Ayuda Legal y Defensores Federales de Nueva York escribieron que la jefatura de Medicina Forense “ha incurrido en un comportamiento negligente que atenta contra la integridad de sus pruebas y análisis forenses de ADN”. Dado que el laboratorio ha mantenido los reiterados problemas con sus pruebas “poco confiables” y sus “pruebas estadísticas inconsistentes” en secreto respecto del público y los tribunales, agregaron que “puede haberse condenado erróneamente a personas inocentes y puede haber quedado libre gente culpable”.
Además de lo que hace a quienes hayan sido condenados utilizando los métodos cuestionados, muchos abogados pueden haber elegido que sus defendidos se declaren culpables al enterarse de que los fiscales tenían pruebas de ADN en su contra. Estos casos enfrentan trabas importantes para su reconsideración.
La jefatura de Medicina Forense se mantiene por su capacidad científica. Su jefe de laboratorio, Timothy Kupferschmid, dijo que las técnicas descartadas habían sido bien probadas y convalidadas, y que el laboratorio estaba adoptando métodos más
nuevos para alinearse con los cambiantes estándares del FBI. Comparó el hecho a la actualización de un vehículo. “Solamente estamos pasándonos al modelo nuevo, quiero decir, nuestra vieja pick up andaba bárbaro, pero mi pick up nueva es mucho mejor”, dijo.
Un caso que pivota sobre las técnicas de ADN cuestionadas se originó en el ataque a Taj Patterson en diciembre de 2013. Un grupo de varones jasídicos golpeó a Patterson, estudiante negro, en el barrio neoyorkino de Williamsburg, distrito de Brooklyn. Los fiscales culparon por el ataque a los Shomrin, grupo ortodoxo judío jasídico que patrulla Williamsburg, vecindario en el que las tensiones entre negros y judíos ortodoxos hierven a fuego lento. Seis días después del ataque, la Policía encontró una de las zapatillas Air Jordan negras de Patterson en un techo de las inmediaciones.
La zapatilla fue enviada al laboratorio de ADN, donde un técnico tomó una muestra de 7,5 cm X 15 cm de un sector del talón y obtuvo 97,9 picogramos de ADN de por lo menos dos personas. Un picogramo es la billonésima parte de un gramo. La muestra tenía ADN de Patterson. Utilizando software desarrollado en la institución, el laboratorio calculó que era 133 veces más probable que la otra parte correspondiera a Mayer Herskovic, un joven padre que vivía y trabajaba en Williamsburg y no tenía antecedentes criminales. Ninguna otra prueba física vinculaba a Herskovic con el ataque a Patterson, que quedó ciego del ojo derecho. Ni la víctima ni quienes fueron testigos del crimen identificaron a Herskovic en el juicio, ni se lo vio en los videos de vigilancia. Herskovic dijo que nunca había formado parte de los Shomrim y deploró el ataque a Patterson. Sin embargo, un juez lo
condenó por ataque como integrante de una pandilla y en marzo pasado lo sentenció a cuatro años de prisión. Está apelando.
Durante tres décadas, las pruebas de ADN han sido una herramienta valiosa en las investigaciones criminales para incriminar o exonerar sospechosos. Pero no todas son iguales. A veces son claras: la sangre o el semen identifican a una persona individualmente. Si se trata de unas pocas células de piel dejadas en un objeto, o si el objeto tiene material genético de más de una persona, puede ser algo más ambiguo.
Las dos técnicas que desarrolló el laboratorio de Nueva York fueron el “test de alta sensibilidad” de restos de ADN y la Herramienta Estadística Forense, o FST por sus siglas en inglés, en la que el software informa la probabilidad de que el material genético de un sospechoso esté presente en una mezcla compleja de ADN de diversa gente. De acuerdo con su propia estimación, el laboratorio ha empleado el test de ADN de alta sensibilidad en 3.450 casos en los últimos 11 años y la FST en 1.350 casos durante los últimos seis. El caso que finalmente reveló el código fuente de la FST empezó con unas gotas de aceite de cocina. Kevin Johnson y su ex novia Octaviea Martin tenían tenencia compartida de sus dos hijos y a veces él se quedaba a dormir en el departamento de ella en Bronx. Una noche de abril de 2015 Johnson estaba cocinando hamburguesas con queso y derramó un poco de aceite. Martin y él discutieron acerca de quién lo limpiaba.
La hija de ella se alarmó, llamó al 911 y cuando la atendieron dijo que Johnson le estaba apuntando a la madre con un arma. La búsqueda de la Policía en el domicilio arrojó dos medias calzadas entre la heladera y la pared. En una había una pistola negra; en la otra, un revólver plateado. Johnson, que anteriormente había sido condenado por un tema de armas, quedó arrestado.
El laboratorio halló que un arma tenía ADN de dos personas; según el cálculo de la FST, era 156 veces más probable que contuviera ADN de Johnson que lo contrario. La segunda arma tenía ADN de tres personas y una formidable probabilidad de 66 millones. Con la expectativa de provocar dudas sobre los resultados del ADN, los abogados de Johnson solicitaron el código fuente.
El juez federal otorgó a la defensa el acceso al código de la FST en junio de 2016 mediante una resolución que impide una mayor divulgación. Nathaniel Adams, ingeniero en informática de una empresa consultora privada de Ohio, examinó el código en nombre de la defensa. Encontró que el programa dejaba de lado datos de importancia en sus cálculos. “No me quedó la impresión de que la FST hubiese sido creada por un equipo experimentado en desarrollos de software”, declaró Adams.
La oficina del Procurador Federal retiró las pruebas de ADN en contra de Johnson días antes de que se programara el inicio de la investigación sobre su admisibilidad.
Mientras el caso de Johnson seguía su curso, en septiembre de 2016 el laboratorio le notificó a sus clientes que el 1° de enero de este año iba a reemplazar tanto el test de alta sensibilidad como la FST.
Todo hallazgo de defectos en los análisis puede provocar una avalancha de litigios. El laboratorio objetado archivó los métodos y los reemplazó con nueva tecnología.
Fuente: Clarín /The New York Times |