Descubren una bacteria que podría prolongar la vida

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Un estudio realizado por científicos argentinos reveló que una bacteria consumida en alimentos por la población de ciertos países asiáticos (entre ellos, Japón) podría tener, además de efectos beneficiosos sobre el sistema inmunitario, la propiedad de retardar el envejecimiento y prolongar la vida humana a través de la colonización del intestino. Se trata de la bacteria intestinal probiótica Bacillus subtilis. Y aunque por ahora sus efectos fueron probados solamente sobre un gusano, los científicos aseguran que las vías regulatorias del envejecimiento básicamente son las mismas que las de los seres humanos. La investigación fue realizada por científicos de la Universidad Nacional de Rosario junto a investigadores y becarios del Conicet, y fue publicado en la prestigiosa revista Nature Communications.

El trabajo se hizo en un gusano llamado Caenorhabditis elegans, pero todo indica que podría abrir el camino para su aplicación en humanos.

“Hace años que venimos estudiando la biología molecular de esta bacteria -cuenta Roberto Grau, investigador independiente del Conicet en la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la UNR y director del estudio-. Ya se sabía que mejora las defensas inmunológicas. Para esta investigación nos preguntamos si, además de eso, en un individuo «normal» puede agregar un plus de salud y, en particular, de longevidad.”

 

Con un promedio global de varias décadas más que hace un par de siglos, se puede concluir que la ciencia tuvo éxito en combatir muchas enfermedades, pero aún queda como asignatura pendiente combatir el envejecimiento.

En su experimento, los investigadores pudieron comprobar que el probiótico alargaba la vida de C. elegans y que también retardaba su envejecimiento. Pero, además, desentrañaron las bases moleculares del mecanismo benéfico.

“Sabemos qué genes de la bacteria están implicados en regular genes del hospedador que llevan al aumento de la longevidad y encontramos que existe una correlación directa con los que se encuentran afectados en personas centenarias”, dice Grau.

Si a esto se le suma la ventaja de que esta bacteria forma esporas (es decir, células en reposo altamente resistentes a los procesos industriales), crece aún más el interés del descubrimiento. “No requieren cadena de frío -explica-. Se pueden mantener en forma líquida o en polvo y agregarse a pastas, barritas de cereal, yerba mate o cualquier otro tipo de alimento o bebida. Podría llegar a los cuatro rincones del planeta sin problema.”

Por su parte, Gabriela Perdigón, responsable del Centro de Referencia para Lactobacilos, que no participó del trabajo, se pregunta cuál puede ser la influencia de estas esporas “en un ecosistema tan complicado como el intestino. Tenemos que ser cautos”, afirma.

Martín Vázquez, investigador del Conicet que estudia el microbioma humano y que tampoco intervino en el estudio, opina que los hallazgos son prometedores: “Todavía tengo mis dudas de que los probióticos normales, basados en organismos vivos, puedan superar la barrera del estómago, entre otras cosas porque tiene un pH bajísimo. Las esporas sí lo superan.”

Los científicos de Rosario, mientras tanto, están preparando sus próximos pasos: además de seguir explorando los mecanismos moleculares de la bacteria y la relación que establece con su anfitrión, ya cuentan con un subsidio para desarrollar alimentos, bebidas y golosinas con este probiótico.

Desliza Grau: “El B. subtilis se emplea desde hace siglos en una comida tradicional de Japón llamada «natto» (brotes de soja fermentados con este probiótico), precisamente uno de los países con población más longeva. Los japoneses también están al tope del ranking de años de vida saludable: 77 vs. 67, en promedio, de los argentinos.”

Fuente: La Nación/Clarin


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