Mostraron que durante el envejecimiento la actividad física no solo acelera la generación de nuevas neuronas, sino que promueve su conexión con los circuitos del hipocampo (un área vinculada con la memoria y el aprendizaje).
“Hasta ahora se sabían dos cosas -explica Alejandro Schinder, que lideró el equipo formado por Silvio Temprana, Jessica Sulkes-Cuevas, Karina Büttner y Cristina Monzón (del Instituto Leloir), y Paula Fontanet, Fernanda Ledda y Gustavo Paratcha (del Instituto de Biología Celular y Neurociencias, dependiente del Conicet y la UBA)-. Una es que con el envejecimiento disminuye la cantidad de neuronas que se generan en el hipocampo. La otra es que con el ejercicio aumenta la cantidad de neuronas en esa región del cerebro. Nosotros nos preguntamos si la calidad de esas nuevas células nerviosas es parecida a la del cerebro joven.”
Trabajando con roedores, los científicos registraron la curva de crecimiento de las células que se generaban en el cerebro de los ratones. “Lo primero que encontramos es que, durante el envejecimiento, las neuronas crecen mucho más lentamente y se mantienen desconectadas del circuito durante más tiempo. Estarían como «dormidas». Esto podría reflejar una incapacidad de las neuronas del cerebro envejecido para crecer y conectarse adecuadamente”, afirma en un comunicado del Instituto Leloir la primera autora del estudio, Mariela Trinchero.
“Vimos que tardan mucho más tiempo en desarrollarse que las de un animal joven -coincide Schinder-. Eso puede ocurrir porque son distintas o porque las características del cerebro están muy alteradas por la edad. El envejecimiento es el mayor factor de riesgo para las enfermedades neurodegenerativas y lo que se observa es que, si se crean nuevas neuronas, no se conectan eficientemente.”
En un segundo paso, los científicos se preguntaron si esto es modificable. Descubrieron que cuando ponían a los ratones a correr, las nuevas neuronas de animales sedentarios eran absolutamente diferentes de las de los individuos activos.
Al colocar rueditas en las jaulas, los ratones viejos llegaron a correr entre 10 y 20 km por día. Luego de tres semanas, las neuronas nuevas de ratones corredores se veían similares a las de ratones jóvenes, mientras que las neuronas de ratones viejos “sedentarios” estaban atrofiadas.
“Las de los inactivos tenían prolongaciones cortitas -subraya Schinder-. Pero las de los «corredores» eran iguales a las de un animal joven.” La foto de tapa de la revista Cell Reports, que acaba de publicar el trabajo, muestra una dendrita de un animal sedentario, casi sin conexiones, y la de uno activo, poblada de prolongaciones. La diferencia entre ambas fue absolutamente infrecuente, de un 400%.
Ya muchos trabajos sugerían que la actividad física tiene un efecto muy rápido, muy contundente y muy beneficioso en la plasticidad del cerebro envejecido. Para los investigadores, parte de esos efectos pueden atribuirse a factores neurotróficos (al medio ambiente) que decrecen con la edad.
“Si activamos las señales de factores neurotróficos sin actividad física, se registran cambios positivos -dice Schinder-. Si los ponemos a correr, pero les bloqueamos los factores neurotróficos, los efectos tampoco son los mismos.” Los investigadores también mostraron que si se coloca a los ratones en un ambiente enriquecido, en el que pueden explorar y mantenerse estimulados, no se obtienen efectos tan contundentes como con el ejercicio físico.
De acuerdo con el científico, el estudio es alentador porque muestra que incluso en la vejez existe una capacidad latente para el remodelado de circuitos neuronales.
“Estos resultados obtenidos en animales de laboratorio generan perspectivas sumamente interesantes en el mundo clínico -subraya-. Y se plantea una serie de preguntas. ¿Puede el ejercicio físico mejorar nuestra plasticidad cerebral y capacidad de aprendizaje durante el envejecimiento? ¿Puede el ejercicio demorar el inicio de enfermedades neurodegenerativas como Alzheimer o Parkinson, o mejorar la capacidad de reparar el daño que producen?”.
Y concluye: “Cuando hace dos mil años los romanos decían mens sana in corpore sano, evidentemente sabían muy bien de lo que estaban hablando”.
Fuente: La Nación |