A 100 años de su prohibición, se buscan respuestas sobre si es adictiva, neurotóxica o inocua para la salud; ya hay evidencia positiva en casos de epilepsia refractaria a otros tratamientos |
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Resulta difícil imaginar que Valeria Salech, madre de 42 años, profesora de yoga, arrastra las heridas más dolorosas: las que se sufren por enfrentar la realidad de un hijo con una enfermedad gravísima. Habla con energía… hasta que se le quiebra la voz: “Nos cerraron las puertas. Nos expulsaron de los consultorios. Probamos un sinnúmero de tratamientos y no funcionaron. Puedo perdonar todo menos que nos impidieran el acceso al conocimiento”.
Salech es una de las fundadoras de Mamá Cultiva Argentina, una ONG que integran unas 500 familias en el país con chicos que padecen patologías para las que la medicina no tiene respuestas y que encontraron en la marihuana una opción terapéutica que les ofrece una mejor calidad de vida. “Gracias al aceite de cannabis, algunas pudimos descubrir la risa de nuestros hijos y otras, recuperar la esperanza, que no es poco”, afirma. Salech y las familias de Mamá Cultiva, como pacientes con dolencias como artritis, VIH/sida, cáncer, esclerosis múltiple, epilepsia refractaria, estrés postraumático, Parkinson y Alzheimer, impulsan el creciente interés que médicos e investigadores tienen en los efectos terapéuticos de esta planta usada desde hace miles de años. “En diciembre de 2016, el Comité de Expertos en Drogadependencia de la Organización Mundial de la Salud recomendó realizar una revisión de la literatura científica para reevaluar los efectos del cannabis -explica Marcelo Rubinstein, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular y organizador de las jornadas Cannabis Sapiens, que reunieron en el Centro Cultural de la Ciencia a médicos, abogados, científicos y familiares de pacientes-. Esta necesidad surge de admitir que la clasificación de la marihuana como una droga de alta peligrosidad se hizo hace 100 años, sin los conocimientos científicos actuales y antes de saberse que el nivel de daño del cannabis es menor que el de drogas legales reguladas, como el tabaco y el alcohol.” Las investigaciones sobre sus componentes, sus efectos psicotrópicos y sus virtudes medicinales se multiplican desde hace medio siglo. Surgió un cúmulo de evidencias sobre sus posibles beneficios, que, entre otras razones, llevó a cambios en las políticas regulatorias de Suiza, Portugal, España, Holanda, Estados Unidos y Uruguay. Se necesitan más estudios para reunir información concluyente sobre la mejor forma de administración, y la seguridad y eficacia de su uso a largo plazo. El uso medicinal de la Cannabis sativa es milenario. Los primeros registros datan de 2700 a.C., en Oriente, y hasta los años 30 del siglo pasado fue uno de los principales analgésicos. “Mucho antes de la aspirina y los opiáceos, más fáciles de producir y distribuir, se hablaba de sus efectos antiepilépticos y antiespasmódicos -precisa el psiquiatra Federico Pavlovsky, integrante de la comisión directiva de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA)-. En el siglo XIX, el psiquiatra Moreau de Tours se juntaba a experimentar con Balzac, Baudelaire, Dumas, Gauthier y Victor Hugo en lo que se llamaba el Club des Hachichins. En los últimos 100 años dejó de ser un remedio y pasó a la ilegalidad.” Aunque en el país no hay estadísticas, se calcula que la consume entre el 3 y el 4% de la población, de un millón a un millón y medio de personas, con distintas frecuencias. Su encuadramiento como sustancia ilegal no redujo su circulación, pero sí obstaculiza su estudio y las respuestas a los interrogantes que plantea: ¿es adictiva? ¿Es neurotóxica? ¿Es la entrada a otras drogas? ¿Puede inducir o potenciar manifestaciones psicóticas? ¿Qué diferencias de costo/beneficio arrojarían su regulación, su prohibición o su despenalización? Sobre la primera pregunta, José Capece, psiquiatra especialista en adicciones y docente de Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UBA, es terminante: “Se constató que es adictiva. Incluso está descripta la abstinencia. Pero el potencial adictivo es muy bajo: mientras el del tabaco ronda el 32%, el de la marihuana es de casi un 9%.” El síndrome de abstinencia se manifiesta por una intensa sensación de aburrimiento, que es una variable de la angustia, trastornos incisivos del sueño, corrimiento del ritmo circadiano (los pacientes se duermen y se levantan tarde) y pérdida del apetito. Entre las vulnerabilidades que favorecen la dependencia figura el déficit de atención, una condición frecuente que padece cerca del 10% de la población general. “Esas personas tienen una alta probabilidad de hacerse adictas porque el cannabis les genera una sensación de confort”, dice Capece. “No es inocua, ninguna sustancia lo es -destaca Rubinstein-. Por eso es importante conocer sus niveles de peligro y sus potenciales beneficios.” Nuestro cerebro, agrega, posee un sistema de “endocannabinoides” (neurotransmisores similares a las sustancias activas del cannabis). “Si tomáramos el cerebro de cualquier persona y extrajéramos los cannabinoides endógenos, tendríamos entre 5 y 10 cigarritos de marihuana -ilustra-. Fabricamos compuestos que desde el punto de vista químico son un poco diferentes del THC, pero que desde lo farmacológico son idénticos; actúan sobre los mismos receptores cerebrales. Estos endocannabinoides actúan en lugares precisos del cerebro, son elaborados a demanda cuando un área está muy activa. Pero así como se liberan en cantidades importantes, rápidamente se degradan. En cambio, cuando uno consume productos de cannabis, éstos ingresan en todo el cerebro y tienen una vida media mucho más prolongada.” La interferencia de los cannabinoides de la planta con los del organismo cuando el cerebro está en desarrollo, como ocurre en la adolescencia, es peligrosa, especialmente si se hace de manera frecuente y en altas dosis, subrayan los investigadores. “Incluso sin llegar a la adicción, en la adolescencia el consumo es perjudicial -destaca Capece-. Puede alterar el desarrollo normal del cerebro en determinadas funciones neurocognitivas: por ejemplo, en la memoria, memoria de trabajo y coeficiente intelectual.” Coincide Rubinstein: “Un adolescente que todos los días fuma uno o dos cigarrillos de marihuana hipoteca su futuro. Los cannabinoides participan de muchas señales que tienen que ver en cómo se integran las neuronas en las diferentes redes. En adolescentes altos consumidores, puede producir daño irreversible”. La marihuana tiene más de 700 moléculas, algunas de las cuales son potencialmente activas. La más conocida es el THC, que es preponderantemente psicoativo. Otros, como el CBD, mostraron tener acción ansiolítica. Se cree que produce una modificación del umbral convulsivo en algunas epilepsias. Uno de los médicos que más investigan los efectos del cannabis en niños es el neurólogo pediátrico Carlos Magdalena, del hospital Ricardo Gutiérrez. “El interés por su uso terapéutico explotó como demanda social en 2010 -explica-. Hay 45 aplicaciones demostradas fehacientemente. En epilepsia refractaria a los anticonvulsivantes, se obtuvo hasta un 79% de mejoría de las crisis sustanciales, más de 50% de mejoría en encefalopatía epiléptica. Mejora del estado cognitivo, el sueño, la conexión social, la capacidad de adaptación y la calidad de vida de toda la familia. Se usó en inmunología, en dolor… En autismo, se vio un despertar afectivo, visual, social y cognitivo.” Quedan muchos desafíos por afrontar. Para la médica uruguaya Raquel Peyraube, especialista en políticas de drogas, es importante tener en cuenta que los efectos pueden variar por la proporción y concentración de las sustancias que contiene, por la vía de uso (en comidas, por inhalación, en comprimidos, en aceite, en friegas), por el estado del sujeto y por el contexto en que se emplee. “Tenemos que empezar con dosis muy bajas y ajustar la prescripción a la medida del paciente -subraya Peyraube-. Vamos a tener que cambiar los sistemas nacionales de salud; en siete minutos de consulta no se puede hacer.” Otro problema es certificar los cultivos y someter las preparaciones a las reglas de buena manufactura. “El 80% de las preparaciones de los Estados Unidos están contaminadas con pesticidas, solventes, fungicidas, metales pesados o microorganismos -dice Peyraube-. Los productos deberán presentarse debidamente etiquetados, describiendo el contenido, la composición, las advertencias y precauciones.” La investigación de sus aplicaciones terapéuticas es un mundo por explorar. “Convivimos con las drogas y tenemos que saber cómo funcionan y cómo relacionarnos con ellas -concluye Rubinstein-. Así como entramos a la farmacia y están llenas de drogas reguladas, pero que pueden hacernos mal, hay otras que hoy están prohibidas y que tendremos que saber manejar. Ocurrió con el alcohol, y es un problema que no podemos controlar… Como sociedad tenemos que seguir aprendiendo cómo relacionarnos con el mundo que nos rodea, el natural y el fabricado por nuestra cultura.” Alivio del dolor Reducción de la inflamación Estimulación del apetito Reducción de vómitos y náuseas Anticonvulsionante Antiespasmódico Inducción del sueño Modulación del sistema inmune Fuente:
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