Melina es hija de una doctora en Química y pasó su niñez jugando en un laboratorio. Cuando estaba en 5° grado, sus padres le regalaron un microscopio. Melina lo llevaba a su escuela, en el Bajo Flores, para observar de cerca plantas, moscas, pelos, y poco a poco fue definiendo su perfil de investigadora. Estudió Ciencias Biológicas en la UBA y se recibió con un promedio de 9,41, obtuvo una beca doctoral en el Conicet para estudiar durante cinco años el glaucoma, una enfermedad que puede causar ceguera. Obtuvo luego, una beca postdoctoral para aliviar la vida de las personas con Parkinson. Melina Bordone tiene 31 años y es parte de la nueva generación de científicos que quierenseguir investigando en el país.
“Fui seleccionada para trabajar en un laboratorio de fisiopatología cardiovascular antes de terminar el secundario, mirá la ansiedad que tenía por entrar al mundo de la Ciencia”, le dice a Clarín. A los 20 años, empezó a investigar ad honorem en otro laboratorio (de “Neuroquímica retiniana y oftalmología experimental”) mientras estudiaba la carrera. Allí mismo investigó sobre el glaucoma y, para seguir formándose, decidió volcarse al estudio de las enfermedades neurodegenerativas: “Uno de los efectos adversos del tratamiento para el Parkinson son los movimientos involuntarios anormales. Lo que investigamos es cómo disminuir esos efectos adversos sin reducir los efectos beneficiosos del tratamiento”.
Melina es parte de los 500 investigadores recomendados para iniciar la carrera de “Investigador científico” en el Conicet que al menos este año no tendrán cupo, conflicto que en diciembre derivó en la toma del Ministerio de Ciencia y Tecnología. En 2017 sólo ingresarán 385. Al resto se les extendió transitoriamente por un año la beca postdoctoral. “Voy a poder continuar con mi línea de investigación un tiempo más, pero no queda claro que pasará después”, dice Melina.
Mariana Schmidt (34) estudió Sociología y, en paralelo, empezó a volcarse hacia los problemas ambientales y los conflictos territoriales de las poblaciones indígenas y campesinas. Para su doctorado trabajó en el diseño de políticas para que Salta no fuera arrasada por el desmonte. Para el postdoctorado trabajé en la recomposición ambiental de la Cuenca Matanza-Riachuelo: desde cómo recomponer aire agua y suelo hasta remediar la situación de quienes viven en la ribera con afecciones respiratorias en la piel y plomo en sangre”.
“Me parece positivo habernos organizado para pelear por el futuro de la ciencia”, coincide. Un becario doctoral gana unos 15.000 pesos mensuales; uno postdoctoral, unos 18.000. “Entrar al Conicet como investigador significaba incorporarme como personal de planta y salir de una condición de precariedad”, asegura.
Juan Manuel Padró (31), es hijo de un padre camionero y una madre ama de casa. Es el primer egresado universitario de su familia y fue, de chico, de esos alumnos a los que las ciencias exactas no le resultaban difíciles. Se recibió de Licenciado en Química con orientación en química analítica y a los 23 años consiguió una beca del Conicet para hacer su doctorado. Lo que hizo fue analizar la leche materna y plasma de las madres con chagas que estaban amamantando para ver cómo la medicación que tomaban afectaba a sus bebés.
Hace dos años empezó su investigación postdoctoral: se dedicó a analizar fármacos para determinar qué parte tiene una función que cura y qué cantidad es tóxica o residual. “El proyecto que presenté para entrar a la carrera es sobre métodos para determinar parámetros de calidad del petróleo, lo que podría servir para definir su utilidad”. Propuso hacerlo en YPF-Tecnología (Y-TEC), con la intención de aplicarlo en el país.
Fausto Comba (33), nació en un pueblo de Córdoba y se ríe cuando se recuerda como “el típico ñoño que toda la vida miró Discovery”. Cuando terminó el secundario, se instaló en Córdoba capital, estudió Bioquímica y logró, luego, una beca del Conicet para trabajar con biosensores: “Son dispositivos capaces de detectar una molécula específica en mezclas complejas, como el semen, la sangre o la leche”, como los Evatest o los que se usan para medir el azúcar en sangre en los diabéticos. También se usan para detectar bajas en la dopamina asociadas a la depresión y el Alzheimer o toxinas en el maíz, por ejemplo.
“Desarrollé biosensores no sólo con potencial clínico sino comercial. Son laboratorios que entran en un chip: poder detectar que una vaca está preñada en forma temprana baja los costos de producción al ganadero. Lo mismo cuando se logra medir el azúcar en sangre con un parche en la piel y ver el resultado en una app”.
Fausto viajó a formarse a Francia y a Estados Unidos y no entró a la carrera de investigador, aun habiendo obtenido tres dictámenes favorables. “Presenté un proyecto a desarrollar en cinco años. Ahora quedó todo en stand by hasta que se resuelva nuestra situación. Mi idea además es llevar la Ciencia a las universidades chicas, como la de Villa María, para incentivar la investigación desde los colegios”.
“Resolveremos caso por caso y lo antes posible” |
Lo dijo ayer el presidente del Conicet. Especialistas debaten sobre el perfil que debe tener la ciencia en el país. |
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Tras el conflicto de fines del año pasado por la reducción de cupos en la carrera de investigador en el Conicet hubo un compromiso del ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, de abrir en febrero una mesa de diálogo para encontrarle una solución a los 500 becarios afectados. “El jueves pasado fue la primera reunión. Resolveremos caso por caso y lo antes posible”, dijo ayer a Clarín Alejandro Ceccato, presidente del Conicet.
“Resolveremos caso por caso y lo antes posible”
Parte de las manifestaciones de diciembre pasado.
La idea, según explicó Ceccato, es buscar alternativas al financiamiento del Conicet. “Nosotros otorgamos las becas que el presupuesto aprobado por el Congreso nos permitía. Si hubiéramos dado más, no tendríamos cómo pagarlas”, aseguró. En total fueron 385. “Al resto de los investigadores buscaremos ubicarlos en universidades, el INTA o la Comisión Nacional de Energía Atómica, entre otros organismos”, explicó.
Más allá del conflicto puntual por el financiamiento, los analistas señalan varios frentes que plantean un desafío para la consolidación del sistema científico argentino: desde el compromiso con el “retorno social” de la investigación, pasando por la definición de áreas prioritarias y la participación (o no) del sector privado.
Actualmente la Argentina destina el 0,65% del PBI a ciencia y tecnología, por debajo del promedio latinoamericano (0,74%). En su campaña electorial, Cambiemos propuso llevar la inversión al 1,5%. Los países desarrollados destinan entre el 2 y 4% del PBI a investigación y desarrollo; el vecino Brasil, con un PBI cuatro veces más grande que el argentino, invierte el 1,15%.
La Argentina es el país del G20 donde el sector privado aporta menos a la investigación, sostenida casi exclusivamente por el Estado: el gasto del sector empresarial representa apenas el 0,12% del PBI, según datos de Unesco. “El sector privado en Argentina ha sido históricamente renuente a invertir en investigación, que supone riesgos y tiempos de espera con previsibles recursos que parecen ‘ociosos’”, explicó Dora Barrancos, socióloga e integrante del directorio del Conicet.
El Plan Nacional Argentina Innovadora 2020, elaborado durante el gobierno anterior, aunque bajo el mismo ministro de Ciencia y Tecnología, define áreas estratégicas prioritarias para las políticas de ciencia y tecnología, a partir del cruce de tres tipos de tecnologías (biotecnología, nanotecnología y TICs) con seis sectores productivos de bienes y servicios (agro, industria, energía, medio ambiente, salud y desarrollo social).
A partir de ese cruce, el Plan define 34 “núcleos socio-productivos estratégicos”. Algunos ejemplos: mejoramiento de cultivos, biorrefinerías, recursos hídricos, adaptación al cambio climático, tecnologías para la discapacidad, uso racional de la energía, componentes electrónicos, enfermedades infecciosas y nanomedicina.
“Para cada núcleo socioproductivo, se armaron mesas de implementación que reunieron a expertos del sector científico, tecnológico, productivo y gubernamental”, describió Ruth Ladenheim, directora del Centro Interdisciplinario de Estudios en Ciencia, Tecnología e Innovación (CIECTI).
“El Plan marca prioridades de investigación para nuestro país. Ahora la próxima etapa sería acordar objetivos hacia 2030”, consideró Ladenheim, para quien “es necesario empezar a debatir el retorno social de la investigación”, es decir, cómo impacta la ciencia en la calidad de vida, la competitividad productiva, la inclusión social y la sustentabilidad ambiental, entre otros objetivos.
La Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica es el principal organismo financiador de proyectos científicos en la Argentina. Su presidente, Facundo Lagunas, informó a Clarín que acaban de aprobar una partida de 681 millones de pesos para equipamiento científico (la mayor para este rubro desde 2006) y que este año financiaron 1.192 proyectos de investigación. Lagunas analiza: “Necesitamos más alianzas entre el sector productivo y el sector científico-tecnológico. Esperamos que el sector productivo argentino desarrolle cada vez más empresas basadas en el conocimiento”. |
Fuente: Clarin |