Cada dos semanas aparece una nueva droga de diseño en el país

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Los consumidores no conocen sus efectos y toman de más. Por eso suelen terminar con graves intoxicaciones.

La velocidad con la que aparecen nuevas drogas de diseño obliga a los toxicólogos a ir viendo, sobre la marcha, de qué puede tratarse: ven que algunas combinaciones provocan más cuadros psicóticos, otras más convulsiones, otras más ataques de pánico, otras muertes súbitas. Y es esa misma velocidad con la que aparecen lo que hace que los consumidores pocas veces sepan qué están tomando. Así, cuentan los expertos, como algunas pastillas tienen efectos tardíos, muchos jóvenes creen que “no les pegó”, toman más y terminan con intoxicaciones gravísimas. “Van llegando drogas nuevas a la velocidad de la luz. Le cambian una molécula y cada 15 días aparece una nueva”, dice a Clarín Martha Braschi, toxicóloga de los hospitales Gutiérrez y Alemán. Mónica Napoli, toxicóloga del Santojanni, coincide: “Es difícil saber el contenido de las pastillas porque son producidas en laboratorios clandestinos. Lo que sabemos es que pueden contener cafeína, éxtasis, efedrina y algún otro producto tóxico contaminante. Aparecen continuamente nuevos diseñadores de drogas que modifican o alteran la constitución de las pastillas”.
“La bomba” y “Superman” (al menos dos de los intoxicados que ayer llegaron a las guardias y podían hablar contaron que habían tomado esta última) son sólo algunas de las drogas más nuevas. Lo que en Argentina se conoce como “la bomba” o “pepa anfetosa” es un papel que se pone debajo de la lengua o en el ojo.
No saber qué se está consumiendo es parte central del problema. “La bomba se vende como pepa, por lo que muchos creen que están consumiendo ácido y en algunos casos terminan con cuadros de taquicardia, hipertensión, crisis psicóticas, convulsiones, desconexión, alucinaciones y despersonalización”, explica Braschi. A las guardias de los hospitales llegan jóvenes cada vez más chicos, incluso de primaria. A veces, cuando los médicos logran descubrir qué tomaron y darles el tratamiento, los salvan pero el evento no pasa desapercibido: muchas veces quedan con secuelas neurológicas y cardiológicas.
En el caso de Superman –-sigue Braschi– “se vende como éxtasis. Como en el Reino Unido ya hubo varias muertes, cuando investigaron vieron que tenía una combinación de éxtasis y parametoximetanfetamina, y esa suma potencia su toxicidad. Estas pastillas tienen una aparición de efectos tardía, por eso muchos jóvenes piensan que no les pegó y se toman otra y pueden generar cuadros graves: desde lesión al corazón, trastornos en el sistema nervioso, problemas renales hasta muerte súbita”.
El éxtasis sigue siendo la estrella del consumo, pero existen al menos 20 variedades de anfetaminas. Hay más y menos potentes: entre las más tóxicas están el Cristal, y las mezclas de LSD (ácido lisérgico) con anfetaminas (como produce mayor efecto, provoca mayor intoxicación). También hay otras drogas de diseño muy potentes como el GHB (éxtasis líquido).
Así, tanto creer que se está consumiendo una cosa cuando en verdad es otra –como consumir antes de tiempo por desconocer las horas de acción de las nuevas combinaciones– colabora para terminar en finales trágicos. “Las causales de muerte más comunes son la falla cardíaca por el esfuerzo al que se somete el corazón y la fiebre de difícil resolución. Los cuadros suelen ser tan complejos que provocan fallas multiorgánicas” que terminan con la muerte, concluye Nápoli.

La trama narco detrás de la diversión juvenil: droga made in Argentina
Importan el principio activo desde China por correo. Elaboran las pastillas aquí y las prueban con los clientes.
La tragedia de Costa Salguero podía pasar ayer, hoy o mañana. Pero iba a suceder. Y va a volver a ocurrir. La droga sintética que circula por las noches argentinas es, en su mayoría, producida en el país en pequeños laboratorios clandestinos –les dicen “4×4”, porque no miden más que eso y se instalan en cualquier lado– manejados por jóvenes estudiantes de Química. Allí mezclan el principio activo –el éxtasis, importado de China– con distintas sustancias y enseguida lanzan las pastillas al mercado para ver cómo funcionan. Los chicos que las consumen son los ratones de laboratorio: los dealers se las entregan –a veces, en período de prueba, gratis– y ven cómo les pegan. Si andan bien, les ponen un nombre de fantasía –Superman, “La Bomba”, Pandora– y, a la siguiente noche, las venden. Si la mezcla falla, todo termina en el hospital. O en la morgue.

“Breaking Bad”. Tenían un laboratorio clandestino en Olivos.
El fenómeno es mundial y crece desde 2008 a un ritmo que permite augurar que en el corto plazo las drogas de laboratorio van a superar a la cocaína y a la marihuana. El principio activo de casi todas es el MDMA, o éxtasis, cuyo principal
productor es China. Luego, los que mejor lo trabajan son los “químicos” de los Países Bajos y de República Checa.
Ese éxtasis europeo llega aquí de la mano de las organizaciones que trafican cocaína desde Buenos
Aires hacia allá. Las “mulas” van con polvo blanco y regresan con pastillas, que se venden a valores altísimos: superan los 1.000 pesos la unidad, dada su gran calidad.
Sin embargo, el problema que más crece en la Argentina es el de la producción local. Según fuentes oficiales consultadas por Clarín, gracias al comercio electrónico lo que se viene desarrollando es la importación por vía postal de MDMA en polvo de China. No hace falta mucho: con 100 gramos se producen unas 1.000 pastillas.
¿ Cómo se hace? Con recetas que circulan en Internet, un “químico” mezcla el MDMA con sustancias de corte, como ibuprofeno. Luego elabora los comprimidos y listo, al mercado. Lo que sigue es prueba y error.
“En distintas investigaciones tenemos escuchas donde los productores hablan con los vendedores. ‘¿Y? ¿Cómo funcionó?’, preguntan. ‘Mal, terminaron todos con vómitos y diarrea’, responden. Ahí cambian la mezcla y vuelven a probar”, explicó a Clarín un investigador.
Las pastillas elaboradas aquí son más baratas que las importadas. Promedian los 300 pesos, aunque se consiguen por menos si están en período de prueba. “En la noche, los pibes compran cualquier cosa. Hemos encontrado pastillas con talco”, agrega el investigador.
Los cambios de fórmula tienen un valor extra para los vendedores: si los atrapan y la composición química que venden no figura en la lista de sustancias prohibidas de laSedronar (la última actualización demoró cinco años) salen impunes. “Detuvimos a un español que había elaborado 18.000 pastillas en un departamento de Viamonte al 800. A los tres días salió”, contó un vocero policial. Otro caso recordado es el de la banda de “Breaking Bad”: cayeron en 2015 en un laboratorio de Olivos, pero a dos de sus miembros los liberaron porque las sustancias que tenían encima no estaban prohibidas. Quienes se dedican a este negocio son, en general, emprendedores de clase media o alta: jóvenes, instruidos y con buenos contactos. Nada que ver con el narco tradicional. Muchos están vinculados a la noche y a los gimnasios –patovicas, disc jockeys y RR.PP.– o al ámbito universitario, como los estudiantes de la Universidad de Palermo detenidos en 2014. También están los que organizan fiestas –como las “Florio-Fest”, desbaratadas en diciembre– cuya verdadera ganancia está en vender drogas sintéticas a público de alto poder adquisitivo.

Lo que todavía no parece haber llegado al mercado local, parece, es la guerra. Policías argentinos cuentan, con preocupación, que hace poco una banda estadounidense copió la estética de las pastillas de la competencia, les metió estricnina (un veneno para ratas) y las repartió en una fiesta. Mató a algunos clientes, claro. Y se quedó con los sobrevivientes.

Los nuevos templos jóvenes donde se consume de todo

Habitués de las fiestas dicen que mezclar alcohol y drogas es la única forma de resistir horas bailando sin parar.


Los fines de semana que hay “joda”, Federico se sube al auto con sus amigos y maneja los 350 kilómetros que separan su casa de la costa de la Capital. Tiene 30 años, vive solo y cada mañana se levanta para ir a un trabajo que le garantiza un sueldo lo bastante abultado como para pagar sin problemas su gusto por las fiestas electrónicas. Una entrada de $ 500 a $ 1.000. Varias botellas de agua de $ 70. Una o dos de champagne de entre $ 700 y $ 1.200. Y por supuesto, tres o cuatro rondas de pastillas que van de $ 300 a $ 450 cada una.

Sociedad indisoluble. Música y drogas van juntas en las raves. “Una fiesta con malas drogas es aburrida”, dice un habitué de la noche.
Las fiestas electrónicas, la “joda”, no son para todos. Se requiere mucho dinero y un cuerpo que aguante. Se baila sin parar hasta 12 horas y para eso se necesitan drogas. Al combo base, alcohol y éxtasis, se le suman los gustos de cada uno: ketamina, popper, sales de anfetamina. Pero ahí no termina. La noche, o el día, se acaba con las legales: sedantes, antidepresivos, ansiolíticos para bajar los efectos de todas las anteriores. Y si sigue sexo, al cóctel hay que sumarle viagra. Carlos Souza, director de la Fundación Aylén, dice que “hoy el sistema de alertas no llega a los chicos que van a estas fiestas y tienen un consumo distinto al que puede tener un adicto al paco. Quizás no son adictos, pero tienen un uso abusivo”.
Geraldine Peronace, psiquiatra especialista en adicciones, coincide: “Hay un policonsumo y ninguna prevención. ¿Alguien se está preguntando si no hay más de esta droga circulando por la Ciudad?”.
Las fiestas electrónicas llegaron desde Europa a fines de los ‘80. Comenzaron como una moda para pocos y aunque se volvieron masivas, el costo de una buena noche les siguió garantizando cierta exclusividad. La sociedad entre música y drogas parece difícil de separar. “¿Quién se banca bailar hasta las 6 y seguir en un after sin drogas?”, cuenta Federico como si se tratara de una obviedad: “Se consiguen en todos lados. Las venden en los boliches. A veces te las saca el de seguridad y después las vende él. Los dueños lo saben. Una fiesta con malas drogas es aburrida”.
Cada fin de semana, la movida electrónica mueve a miles de jóvenes. Cada 15 días se organiza alguna fiesta, como la del viernes, que son las que más atraen. Con DJ internacionales, las entradas se agotan a poco de ponerse a la venta. Federico asegura que los dealers no están allí para ver cómo termina la noche: “Venden y a la hora desaparecen, no quieren reclamos”.
Enzo Maquiera es el autor de “Electrónica”, el libro que mejor retrata lo que ocurre en las raves y la generación siglo XXI. “El rock es a esta altura una pieza de museo -dice-. Estamos ante una nueva cultura y ni el Estado ni los medios están dando cuenta de esto. El problema no es el objeto de consumo, el problema es que se lo demoniza, que las drogas están en un limbo, entonces se las consume, están en todos lados pero el Estado no anima a controlarlo”.

Clarín 

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