Opinión: El Viagra y la venta irregular de remedios

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Si se venden medicamentos en cualquier parte -especialmente aquellos que deben ser vendidos bajo receta o bajo receta archivada– es porque, en el mejor de los casos, fallan los controles.
Germán Gustavo Daniele (Presidente del Colegio de Farmacéuticos de la Provincia de Córdoba)
Todo lo que se dijo en el artículo publicado el miércoles pasado en el suplemento Salud de La Voz del Interior , bajo el título “Más jóvenes buscan la droga del Viagra”, con la firma de la licenciada Josefina Edelstein, es cierto de toda veracidad. Lo manifestado en ese mismo artículo por el doctor Cristian Sonzini Astudillo es impecable y coincidimos en todos sus términos. Y también con lo expresado allí mismo y de manera contundente por el doctor Manuel López Seoane. Es más, recomendamos dicho artículo al lector común, a quienes tengan trato con jóvenes, y sobre todo a los adolescentes y a los padres de adolescentes. Ahora bien: por ser nosotros los farmacéuticos el eslabón final de la cadena sanitaria al expender fármacos, también tenemos algo para decir al respecto. La alerta fue dada hace mucho tiempo. Pero nadie la escuchó. Si la gente no escuchó o no quiso escuchar, es una cuestión social y hasta de educación en la que habrá que insistir sin bajar los brazos, porque nuestras obligaciones son sus derechos. Pero si los poderes de los gobiernos no hacen algo al respecto, si no legislan para ajustar a derecho a todos los eslabones de esta cadena sanitaria, y si legislan pero luego no controlan ni hacen cumplir la ley, estamos hablando de otra cosa. En el caso específico de los medicamentos que se venden en cualquier parte del país para que se consuman libremente, no se puede pecar de inocencia y hablar de desidia, de olvido, o de falta de organización en el control. En estos casos, por lo menos, hay que hablar de corrupción. Y no compete sólo a los gobiernos actuales, sino también a los anteriores. Los farmacéuticos nos hemos cansado de decir que los medicamentos deben ser adquiridos únicamente en farmacias. Inventamos eslóganes e hicimos campañas publicitarias para alertar y educar en ese sentido; pero, debido a que ha sido igual que predicar en el desierto, lo que hasta hace algunos años era una preocupación, hoy ya es un flagelo. Según la demanda, es la oferta, pero también según la oferta es la demanda. En el caso de los medicamentos, esta regla de juego del mercado no se puede aplicar. Un medicamento no se fabrica ni se vende a pedido del público o porque se ponga de moda según su publicidad. Un medicamento se fabrica y se vende para combatir o aliviar un síntoma o una enfermedad. El Viagra, por ejemplo, no es un caroteno ni un caramelo para la carraspera. Ni siquiera es un energizante como muchos creen: el Viagra es un medicamento. Y, si al igual que otros medicamentos, los vende cualquiera por falta de control, es porque atrás hay un oscuro y redituable negocio. Es tan delgada la línea que separa el acto de comercio lícito y al menudeo de cualquier producto comparado con la venta de medicamentos, que no es tangible. Que esa línea sea delgada no quiere decir que sea débil. Que sea intangible no quiere decir inexistente, todo lo contrario. Para nosotros los farmacéuticos, esa línea, esa medianera, es la ética. En la venta de medicamentos, de la ética para acá, estamos los farmacéuticos; de la ética para allá, están los delincuentes, traficantes de sustancias y fármacos. Pero quien no está y tiene que estar, es el Estado. Y si el Estado está ausente en una actividad relacionada con la salud pública donde, además, se mueven 14.000 millones de pesos por año, es fácil adivinar de qué lado de la ética está el negocio sin escrúpulos, y de qué lado está la vocación de servicio del profesional formado y egresado de una universidad, en mi caso de la Universidad Nacional de Córdoba, cuyos honorarios profesionales son sólo la diferencia del precio en que recibe el medicamento y en el que lo vende. En nuestro país, por ejemplo, el control en la venta de medicamentos no se realiza con el rigor necesario e imprescindible. Algunos días atrás, cuando se prohibió la venta de un lote de Buscapina, quienes perdieron ventas fueron los quioscos, porque a las farmacias no nos llega la Buscapina. Y cuando nos llega, es muy poca. El 80 o el 90 por ciento de este medicamento se vende en quioscos. Pero la Buscapina tiene contraindicaciones y hasta tiene efectos colaterales que el kiosquero desconoce y la gente también. Y este es apenas un ejemplo. Si se venden medicamentos en cualquier parte y sobre todo en los quioscos –especialmente aquellos medicamentos que deben ser vendidos bajo receta o bajo receta archivada– es porque fallan los controles, en el mejor de los casos. Cualquier persona, ni que hablar de los adolescentes, puede comprar Viagra o cualquier otro medicamento –hasta los más peligrosos para su salud si no ha sido recetado por un médico– en un quiosco de golosinas en plena calle o en las estaciones de servicio; también en un boliche o puede comprárselos a uno de esos personajes oscuros que abundan en la noche y hasta en la puerta de los colegios. En cualquier farmacia, para comprar un medicamento recetado, hay que presentar la receta del médico. Y si hay farmacias que no exigen la receta, es porque ese farmacéutico ha cruzado la línea de la ética. Para tener una somera idea de qué estamos hablando, su dimensión, y la dimensión que debieran tener los controles, aquí están algunos números de la industria del medicamento. En Argentina, la industria farmacéutica ocupa el segundo lugar en valor agregado; el octavo, en facturación general, y genera anualmente el 7 por ciento del total de toda la industria argentina. Por cada 10 pesos que se gastan en salud, 3 pesos son en medicamentos. Existen 250 laboratorios, de los cuales la mitad son nacionales. De esos 250 laboratorios, apenas 20 son los que más venden. Y de esos 20, ocho son laboratorios extranjeros. Los laboratorios nacionales proveen el 58 por ciento de los medicamentos del mercado y al 42 por ciento restante, lo proveen los laboratorios extranjeros. En todo el país hay 13.000 farmacias y más de 400 droguerías. La industria farmacéutica genera entre 120.000 y 200.000 puestos de trabajo (6.500 son visitadores médicos), de los cuales 100.000 son de manera indirecta. Existen 12.000 productos que se venden en 25.000 presentaciones diferentes, con ganancias exorbitantes para la industria farmacéutica. La ganancia del farmacéutico es irrisoria. La única esperanza de ganar un peso más ocurre si el paciente, además del medicamento, nos compra unos aritos de oferta, alguna pulserita, o un pañuelo para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Nosotros, los farmacéuticos, no estudiamos para eso. El Estado, el contribuyente, no invirtió su dinero en educación gratuita para enseñarnos farmacia y que terminemos vendiendo chucherías chinas. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué la industria farmacéutica promueve la venta de estos medicamentos en negro? No se puede afirmar eso, sería temerario. En realidad, lo que queremos decir, es que una industria tan grande, de semejante envergadura, que mueve tamaños volúmenes de dinero, necesita un control adecuado. No nos consta cuál de los eslabones de la cadena sanitaria es el proveedor de medicamentos recetados para ser vendidos en la calle, en los quioscos, en los boliches bailables y hasta en la puerta de los colegios. Lo que si nos consta, es que no hay controles y los que existen no son suficientes. Si, como dice la nota de La Voz del Interior , “Más jóvenes buscan la droga del Viagra”, es porque esa y otras drogas son de venta libre en plena calle. Y si algún farmacéutico vende medicamentos recetados sin receta, el peso de la ley deberá caer sobre él. Si la dirigencia política no hace algo concreto para mejorar los controles, el peso de las urnas deberá caer sobre ellos.
Fuente: Diario La Voz del Interior


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